“Nuestras vidas son proyecciones de luces y sombras, nuestro único propósito debe ser regresar al proyector”
Paramahansa Yogananda.
Con esta reveladora cita, me gustaría compartir contigo una de mis experiencias personales más especiales por la influencia y riqueza que ha brindado a mi bienestar integral. Se trata de cómo fue que llegaron a mi vida las antiguas prácticas del yoga y la meditación.
Hace algunos años cuando estaba descubriendo el desarrollo personal, conocí un personaje muy particular llamado Federman, un chef internacional y emprendedor recién llegado de Miami a Fusagasugá quien se convertiría al día de hoy en un buen amigo que admiro y aprecio bastante. Causalmente Federman me llevaría a conectarme con un personaje emblemático y místico, con una historia digna para un documental de ciencia ficción, pues se trata de un monje que vendió su Bentley literalmente hablando. Tal personaje le daría un giro a mi trama fuera de serie al convertirse en mi guía espiritual, pues a través de él como si se tratara de un instrumento divino, el Universo me entregaría unos regalos sagrados que marcarían una diferencia absoluta en el camino hacía mi autorrealización.
Un día de mis acostumbradas tertulias nueva era con Federman, me dijo que había conocido a alguien extraordinario y que también tenía que ir a conocerlo, con la curiosidad apoderándose de mí, acepté la invitación para ir a visitarlo a su casa el domingo siguiente. Al llegar el día, fuí a la casa de Federman para bajar en su carro. Ya me había indicado dónde era el sitio y coincidencialmente quedaba cerca a la finca de uno de mis amigos skaters con el que solía bajar en patineta a toda velocidad para luego llegar a disfrutar de una deliciosa comida Italiana, pero eso es tema para otra historia.
Retomando la historia, cuando íbamos llegando, recuerdo como Federman se desvió de la avenida panamericana para entrar por una vía destapada, parando en frente de un portón de madera café más ancho que el mismo carro en el que íbamos, donde se podía leer el nombre “La Milagrosa”. Al tocar la puerta, atendieron rápidamente los ladridos de una manada de perros que se iban acercando al portón, minutos seguidos sería abierto por un hombre de contextura delgada, cabello negro y tez blanca sonriendo mientras abría el portón de lado a lado invitándonos a seguir amablemente, se trataba de Elmer.
Finca La Milagrosa
Estando pocos metros adentro quedé maravillado, pues el sitio irradiaba una energía muy especial al mezclarse con el paisaje, delante de mis ojos se encontraba un camino de roca desde la entrada hacía la casa principal, protegido por varias clases de árboles; mientras íbamos caminando siendo escoltados por la manada de perros de diferentes razas, llamados por Elmer “los guardianes”. Había entre ellos uno muy especial llamado “Ozito, el gran Alfa”, un perro criollo de manto café con una mancha blanca en su pecho, de mirada dulce proveniente de sus ojos dorados y fijados hacía el infinito ya que era ciego de nacimiento pero tenía una capacidad de ubicación en el espacio sorprendente, pues a pesar de su condición recorría perfectamente toda la finca. Siguiendo el camino mientras iba acercándome a la casa principal, podía observar hacia los lados como habían amplias zonas verdes, las cuales en el lado derecho terminaban en una casa pequeña que parecía hecha para la servidumbre y que con el tiempo sería el sitio donde recibiría mis primeras lecciones de Yoga y al mirar a la izquierda hacia adelante resaltaba un grupo de árboles cubriendo lo que aparentaba ser una curiosa choza/cabaña.
Ozito, el gran Alfa.
Elmer de manera muy cortés, nos hizo seguir a la casa principal, la cual irradiaba una sensación acogedora y suntuosa pues parecía una especie de museo colonial gracias a su arquitectura de espacios amplios. En ella había una fuente en medio de la sala a cielo abierto, las paredes y columnas construidas de concreto y ladrillo en combinación con los acabados y el techo de madera eran enseres propios de una familia acaudalada, pues sus “padres terrenales” como él mismo los describía, desempeñaron la prestigiosa posición de embajadores de Colombia durante cierto período de tiempo.
Ese lugar era uno entre miles, único en Colombia e incluso en este continente porque eso que parecía una choza/cabaña era en realidad un Ashram (un santuario espiritual y centro de estudio) o “portal de luz” como solía afirmar Elmer, que había sido construído y bautizado como Aluna-Sai Ashram como un regalo de su Gurú (aquel individuo que desempeña un rol de guía espiritual, de maestro) un Swami (que significa literalmente “amo de sí mismo”, que también significa “señor” o “dueño”) con el nombre espiritual y monástico de Dandy Swami Shivanand Saraswati quien a su vez le enseñó la ciencia sagrada del yoga y la meditación al iniciar sus votos por el camino del Sannyasin (“renunciante”).
Swamiji Dandy Swami Shivanand Saraswati
Elmer (vestido de blanco) junto a su señora Madre (a la izquierda), familiares (en el centro) y Gurú a las afueras del Ashram Aluna-Sai.
El Ashram era básicamente una construcción rústica hecha a base de guaduas con otra serie de materiales indicados estrictamente por el Gurú. Al entrar, el espacio parecía más grande de cómo se veía desde afuera, el piso era en tierra pero estaba casi cubierto por esteras, la única parte descubierta quedaba justo en toda la entrada, donde se solían hacer las ofrendas de fuego durante los rituales. En todo el centro del templo había una pila de rocas en las cuales se encontraba un recuadro de la santísima trinidad compuesta por Cristo, Krishna y Babaji, Elmer se sentaba sobre una piel felina curtida justo en frente de la pila mirando hacia la salida, teniendo a la altura de sus pies un cuenco Tibetano y una carpeta con mantras y escrituras sagradas provenientes de los Vedas, a su izquierda una silla con la amorosa imagen de su Gurú sobre ella, lugar donde se sentó mientras hizo su paso por La Milagrosa. Sin embargo, lo más extraordinario para mí, era una reliquia que colgaba en la pared a espaldas de su lugar, se trataba de una Espada Templaria que fue suya en una de sus vidas pasadas y que recuperó en un viaje que hizo a Portugal, país que irónicamente esquivaba en sus viajes de negocios durante su vida activa como empresario exitoso de hidrocarburos.
En este punto me gustaría hacer hincapié en que para nuestra cultura el concepto de la muerte y reencarnación está inmerso en un halo de misterio y desconocimiento del cual no me encontraba exento, sin embargo gracias a las enriquecedoras charlas junto a Elmer, sus relatos basados en vivencias impregnadas de revelaciones espirituales que desinteresadamente solía compartir de manera abierta con quienes visitabamos su morada sagrada, nutrieron mi comprensión y creencia hacia tan complejo tema. Con palabras que él mismo gentilmente me compartió, me permito entregarles un fragamento que relata ese extraordinario suceso sobre su vida pasada:
Descubrí que la espada que tú vistes, es una espada templaria más no de combate. Es una espada de mando pues no tiene filo. Quiere decir que es una espada ritualística. Mi pasado templario se remonta a la época de Juan I, en el Convento de Cristo hoy en la ciudad de Tomar en Portugal. Especulo que fuí un Sacerdote Templario, involucrado en el tema ritualístico que implica un conocimiento de astrología y de cábala y de magia o cábala aplicada. Por ello estos temas han crecido conmigo desde muy joven.
Elmer sentado en su lugar dentro del Ashram Aluna-Sai. Atrás su Espada Templaria.
Continuando con mi relato del Ashram, en ese templo asistí a varios rituales y ceremonias como el tradicional Javan (también denominado jomam o joma) un término en sánscrito que se refiere a cualquier ritual en el que la acción principal es la realización de ofrendas en un fuego consagrado. También tuve algunas charlas que parecían clases y talleres espirituales bastante avanzados con personas dotadas de habilidades y oficios fuera de lo común relacionados con los poderes místicos y la astrología. En realidad aprendí y viví una serie de cosas que la ciencia apenas ha podido explicar y que los Swamis ya comprenden y dominan ampliamente desde hace siglos. Incluso, hice mis votos de iniciación como Brahmacharí ordinario, monje célibe que se dedica a estudiar de memoria las escrituras sagradas hindúes.
Ceremonia de iniciación junto a un grupo de amigos y conocidos, donde dí mis votos como Brahmacharí ordinario y Federman (detrás mío) como Sannyasin ante el Swami Narvadanand Saraswati Ji Maharaj (en el centro de atuendo naranja junto a Elmer).
Poco a poco fuí aprendiendo e incorporando estas sagradas prácticas en mi vida diaria, ya que pasé aproximadamente unos dos años frecuentando el sitio. En ese proceso hubo unos meses donde la práctica constante me llevó a vivir en una paz absoluta, logré experimentar sutilmente lo que se puede definir como un estado elevado de la conciencia. Lamentablemente ese estado fue interrumpido quizá, por las vibraciones heterogéneas a las que estamos expuestos constantemente y hacen parte natural de la existencia. Las obligaciones de mi reciente inicio en la vida adulta en ese entonces hicieron que mis prácticas lentamente dejaran de ser constantes, algunas veces se trató por falta de tiempo, responsabilidades o sencillamente por volver a estar distraído.
Finalmente, no logré continuar con una práctica regular, no volví al Ashram y Elmer se fue de la finca a seguir el llamado de su camino interior en otros lugares que han tenido la bendición de recibirlo, uno de esos sitios ha sido Puerto Colombia donde reside actualmente y sigue realizando sus prácticas espirituales aún más conectado con la naturaleza y viviendo cerca al mar, un anhelo que brotó de su corazón por años. No obstante, a pesar de mi práctica esporádica, he notado algunos efectos positivos que mantienen mi bienestar hasta la fecha. En primer lugar, cuando practico yoga, siento una mayor flexibilidad, menos tensión en mi cuerpo y como la energía fluye en mi interior irradiando una sensación de plenitud. Esto se debe a que las posturas de yoga me ayudan a estirar los músculos y a liberar la tensión acumulada por la hostilidad de lo cotidiano. Además, la respiración profunda y consciente que se practica con el pre-yoga y yoga enseñado por Elmer, me ayuda a relajar mi mente y a reducir el poco estrés que siento de vez en cuando.
Una publicación de Elmer donde comparte: “La Luna Llena y los Océanos.
Todas las Aguas se depositan al Unísono en la inmensidad del Océano. Abrazos de Luz”.
En cuanto a la meditación, aunque no he logrado hacerlo continuamente con la regularidad que en algún momento lo hacía, cuando lo practico siento una mayor claridad mental. La meditación me ha ayudado a reducir el ruido mental y a enfocar mi atención en el momento presente, a la vez que en ocasiones siento vividas las visualizaciones de sueños y metas que quiero alcanzar. Además, he notado que la práctica esporádica de la meditación me ha ayudado a desarrollar una mayor capacidad para manejar situaciones estresantes, emociones intensas y cuidar mi intención de mantener una actitud positiva frente a las adversidades de la vida adulta. A pesar de los beneficios que he experimentado con la práctica esporádica de yoga y meditación, también he notado que los efectos no son tan duraderos como cuando lo practicaba regularmente. Por ejemplo, después de una sesión de yoga o meditación, me siento muy bien y relajado, pero si no vuelvo a practicar en varios días, puedo sentir cómo mi mente es bombardeada. Por eso, aunque practicar yoga y meditación de manera esporádica trae ciertos beneficios, en caso que quieras empezar te recomendaría intentar establecer una práctica regular si deseas obtener resultados más duraderos y significativos en tu bienestar. Si no tienes mucho tiempo, incluso 5 minutos al día pueden marcar la diferencia.
En conclusión, mi experiencia personal me ha demostrado que la práctica esporádica de yoga y meditación puede tener efectos positivos en el bienestar, como una mayor flexibilidad, claridad mental y reducción del estrés. Sin embargo, para lograr beneficios más duraderos, lo mejor es intentar establecer una práctica regular. También me gustaría recomendarte una lectura muy motivadora y que así como Elmer lo hizo en su momento conmigo, te abrirá las puertas de par en par hacía esta infinita fuente de bienestar, se trata de la Autobiografía de un Yogui, una obra escrita por Paramahansa Yogananda en la que relata su vida y su camino hacia la iluminación espiritual, incluyendo sus encuentros con grandes maestros espirituales de la India. La obra es considerada una de las más importantes en el ámbito de la espiritualidad y la meditación, ha sido influencia de muchos en su camino hacia la realización personal y el crecimiento espiritual. Un dato curioso es que aparentemente fue el único libro que guardaba “Steve Jobs” en su iPad.
Autobiografía de un Yogui |
Además existe un documental sobre su vida sencillamente fascinante, incluso el “New York Times” lo calificó como: “Emocionante, cautivadora… suficiente para hacer que un alma moderna mire hacia su interior”, el cual muestra en video algunos sucesos descritos en el libro como el reencuentro con su maestro Sri Yukteswar y algunas enseñanzas con su propia voz que no están en el libro.
Terminando de escribir esta historia tan significativa e importante para mí, siento el llamado a retomar mi camino, pues desde hace tiempo he venido pensando en hablar con Elmer y pedirle permiso para que me conceda el privilegio de poder documentar en vídeo al menos una parte de su vasto conocimiento espiritual y poder ampliar ese mensaje divino, ¿Qué opinas, te gustaría? Déjame tu comentario en esta entrada.
Por último y muy importante, agradezco a la divinidad por haberme permitido vivir todas estas experiencias, haber conocido y heredado todo este profundo conocimiento de todos estos seres llenos de luz. Es momento de elevar el mantra que me fue regalado al dar mis votos:
¡Om namah shivaya!
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